Nuestra compañera y alumna Meritxell Carcellé Cabrera participó en el concurso que se realiza entre todos los colegios de nuestra congregación de Camelitas Misioneras Teresianas y que organiza nuestra ONGEducas sobre cuentos solidarios ganando dicho concurso, con el cuento "EL VIEJO Y EL RATÓN"
A continuación con el permiso de Meritxell lo publicamos y el próximo 28 de marzo le será entregado el premio en el colegio de Elche.
El viejo y el
ratón
Érase una vez, en una pequeña aldea de Alemania, un pobre y viejo
agricultor que se llamaba Thömas Kampperkultiven. No tenía más que una cabaña
medio harapienta y su cosecha, la cual solo le daba para comer y poco más. De
vez en cuando, si la fortuna le acompañaba y la cosecha era muy buena, le
sobraba algo. Iba al mercado local a vender ese excedente, para así poder ganar
algún dinero extra. Ese dinero lo empleaba en comprar materiales para reparar
el techo destrozado de su casita de campo.
Un día, estaba cortando leña de un árbol, al lado de su casa, para
posteriormente hacer en una hoguera que le permitiría mantenerse caliente y
superar el duro invierno alemán. De repente, vio a un ratón intentando entrar a
la cabaña. El animal parecía congelado. Fuera había nieve y hacía mucho frío,
así que Thömas sintió pena por el animal y lo dejó quedarse en su maltrecha
choza. Otros campesinos ya lo habrían matado, pero él no, él era un hombre
bueno.
Al cabo de unas horas volvió y se fijó en que tenía una patita herida.
El pobre ratoncito parecía hambriento. El campesino decidió curarle su
extremidad y darle algo para comer, aunque se lo tuviera que sacar de su boca.
Pasaron unas semanas, y el ratoncito, al que Thömas llamó Kobalten (que
significa pequeño ratón en lengua alemana) se recuperó. El frío había menguado y la nieve se estaba
derritiendo, así que el hombre decidió llevarlo al bosque de Ratonnenlands,
donde también vivían otros ratones para que hiciera amiguitos. Le dio mucha
pena despedirse porque se sentía muy unido a Kobalten. En estas semanas que
habían estado juntos, habían creado vínculos amistosos muy fuertes. Pero Thömas
sabía que todas las cosas en esta vida son temporales, que nada es permanente,
que todo lo que viene va, y que si quieres a algo has de dejarlo ir, por su
bien.
Así que esto es lo que hizo: entre llantos, le dejó ir por el bosque. El
ratón tenía que vivir su vida libremente. Thömas sintió en su interior un gran
sentimiento de gratitud al ayudar a Kobalten, se sintió recompensado por
haberle salvado la vida aunque no recibiese nada a cambio. La solidaridad, para
él, era eso: dar sin recibir, compartir
Al cabo de unos meses, el hombre ya se había olvidado del ratoncito.
Aquel año la cosecha había sido buena y le sobraban bastantes tomates y berenjenas,
así que fue a vender algunas al mercado.
Cuando volvía, se puso a nevar de golpe. Nevó y nevó y nevó como nunca
antes había visto. La cantidad de nieve que caía no era normal, el agricultor
se quedó sorprendido.
¿Pero como puede nevar tanto?, se preguntaba. Lo cierto es, que como el
hombre era viejo y no tenía demasiadas fuerzas para correr, enseguida se quedó
atrapado en la nieve, el nivel de la cual empezaba a subir rápidamente.
¡No quiero morir! ¡Ayudadme por favor! ¡Qué alguien me ayude! Gritaba y
gritaba, pero nadie le oía. Hasta que, de repente apareció… ¡¡¡¡el ratoncito
Kobalten!!!! Y detrás de él, otros cientos de ratoncitos mas. Y, ante el
asombro de Thömas, Kobalten dijo: “Somos en realidad ratones mágicos, podemos
hablar. Yo soy el rey de los ratones y tu me ayudaste aunque eras muy pobre,
compartiste los pocos recursos que tenías conmigo, por tanto, yo y todos los
demás ratones te estamos muy agradecidos y te devolveremos el favor”
El viejo no salía de su asombro. El ejército de ratones empezó a escavar
un túnel en la nieve. Escarbaron unos tres quilómetros, hasta que lo llevaron a
casa.
Thömas, todavía sorprendido, le dio las gracias a los ratones. Y estos
le dijeron: “No tienes porqué darnos las gracias, tú me ayudaste primero, y ahora
yo te he ayudado a ti. Eso es lo que hacen los amigos; hoy por ti y mañana por
mí” Al final, los ratoncitos se despidieron de Thömas y se marcharon otra vez
al bosque.
De esta historia tan bonita podemos aprender, que si eres solidario con
la gente, esta te lo agradece para siempre y te devuelve el favor cuando más lo
necesitas. Si eres solidario, recibes solidaridad.